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  Viaje a Tanzania (Cristobal Villanueva)
 

 

PRIMATES EN EL KILIMANJARO

 

Al Kilimanjaro traspone uno por diversos motivos, nosotros somos amantes de la montaña, de la aventura y el kili como amada es majestuosa, exótica, desafiante y muy atractiva. A lo largo del camino que nos ha llevado a su  cima, hemos conocido  a gente que, como nosotros, eran atraídos por la montaña, pero al igual que en cualquier ruta, en el Camino de Santiago ocurre con mucha frecuencia, había gente disfrazada de montañeros que iban más que a conquistar esa montaña, a encontrarse con ellos mismos, a conocerse mejor o simplemente  a dejar pasar los días, esperando a  que el aire frío les aclarase las ideas.

Lo primero que llama la atención al aterrizar en Tanzania, son las dimensiones del aeropuerto y lo poco concurrido que está, realmente  este aeropuerto está pensado para la gente que se acerca a África a hacer esta ascensión.  Como muestra de nuestro espíritu aventurero sólo comparable a nuestra torpeza organizando viajes, nos encontramos en la salida del aeropuerto sin saber inglés, imprescindible, ni tener una dirección o teléfono donde acudir y nadie esperándonos. Pasado un rato llegaron de la agencia con un cartel donde ponía uno de nuestros nombres y todo se arregló.

Los exteriores del hotel eran propios de una fortaleza con altas murallas que separaban el tercer mundo de esa parcela de primer mundo que se reproducía al otro lado, en la puerta dos fieros Masais con trajes típicos y machete a la espalda  eliminaban las posibles intromisiones  de las gentes del lugar.

Una vez instalados, la primera tarde la dedicamos a pasear  por Moshi, la sensación de estar en un país extraño, con diferente idioma, religión, cultura, costumbres, etc., en principio es muy seductora y las imágenes que  se repiten al otro lado del cristal del todo terreno que nos acerca al centro de la ciudad no dejan de asombrarnos, mucha gente andando por las cunetas, bicicletas descomunalmente cargadas, mujeres con cestos en la cabeza y niños colgados a la espalda, hombres sentados a la sombra de cada árbol, chozas desvencijadas, puestos de frutas, zapatos o cualquier cosa que se pueda vender… en definitiva no dejábamos de recrearnos, asombrados por la miseria ajena, por lo feliz que se puede vivir sin nada, por la cantidad de vidas que nos podrían haber tocado vivir, etc.

Al día siguiente de nuestra llegada iniciamos la ascensión, previo paso por la entrada del parque donde hay que rellenar una documentación de la que se encarga el guía. Como ocurre en la mayoría de las grandes montañas del mundo, los gobiernos se aprovechan de esta afición que algunos tenemos de subir a las cimas y ponen precios más o menos desorbitados para poder pasar a los parques en que se encuentran. En el caso del kilimanjaro lo jodido no es el precio, unos 500 €, lo malo es que esto no redunda para nada en las condiciones de los refugios, que están bastante cutres, ni en las condiciones laborales de los guías y porteadores que te obligan a llevar.

En cuanto entramos al parque, iniciamos la ascensión por un camino muy bien delimitado en medio de una selva impresionante formada por árboles y arbustos de diferentes tipos y tamaños, muy espesa y húmeda, con musgo que se descuelga de los troncos y ramas y donde no se ve a unos metros de  la orilla del camino a causa del la frondosidad de la vegetación, entrelazada por lianas y enredaderas que nos provocaban una inquietante duda ¿Cómo podía salir de allí Jane sin arañazos en las nalgas? Porque a fin de cuentas Tarzán se había criado allí ¿pero Jane? Es un paisaje al que no acaba uno de acostumbrarse a lo largo de los kilómetros que discurren por él.

Durante el camino íbamos cruzándonos con gente que volvía y la mayoría habían hecho cima, unos con más dificultad que otros en cuanto a las molestias por la altura y todos recomendaban hacer el día de aclimatación ya que esto elevaba mucho las posibilidades de hacer cima.

Este día como el resto e la ascensión hicimos la comida en el camino y a primera hora de la tarde llegamos al primer refugio, Mandara, 2900mts. Tras acomodarnos y descansar un poco fuimos a dar una vuelta a un cráter de un volcán cercano, durante el camino de ida vimos monos blancos y negros bastante grandes de una especie rara. A la vuelta nos cayó un chaparrón que nos puso un poco en aviso sobre como se las gastaba aquella montaña.

Como he comentado en alguna ocasión, el Kilimanjaro no es una cima difícil, si se lo propusiesen podrían subir hasta un trono, esto contando con buen tiempo, pero la alta montaña no es de fiar y cuando menos lo esperamos, el tiempo da un cambio y lo que es un día apacible se convierte en un infierno donde a cada minuto que pasa están bajando las posibilidades de salir ileso.

El segundo día de subida estábamos pletóricos, habíamos dormido bien y hacía un día estupendo, conforme avanzaba el camino, el paisaje iba cambiando considerablemente hasta dejar por completo la selva atrás y pasar poco a poco a un paisaje de monte cada vez más bajo, compuesto sólo por pequeños arbustos. Lo único que sobresalía eran las Lobelias que a estas alturas alcanzaban un tamaño de 4 y 5 metros. Entre la vegetación cada vez era más frecuente ir viendo el suelo volcánico formado por rocas y grava negra muy porosa. A media tarde, en medio de una niebla fría, llegamos al refugio de Horombo 3700 mts. Este refugio era muy parecido al de Mandara, formado por  cabañas triangulares de chapa verde con las fachadas de madera y varias tiendas de campaña en los alrededores que daban refugio a los porteadores ya que no había suficientes cabañas para todos.  Sobre los aseos (letrinas) voy a correr un estúpido velo. Esa noche aguantamos jugando a las cartas en compañía del wiski de Nico como auténticos típical hispanis hasta bastante después de que todos se habían  acostado y a las nueve más o menos nos fuimos al catre.

Estábamos en el tercer día, el día que habíamos decidido añadir para aclimatar mejor y asegurar la subida.  En esta jornada los planes eran llegar hasta el Maguenci y aguantar unas horas a esta altura para volver al refugio de Horombo y repetir noche en él. Este día amaneció lloviendo, desayunamos tranquilos, esperando a que se abriese el día pero este no tenia intención de hacerlo, conforme pasaban las horas la lluvia se volvía más persistente y el cielo se veía más cerrado de manera que aún a sabiendas de que esto nos costaría mojarnos parte del equipo, decidimos probar suerte y salimos en busca de cebras rock y más adelante el Maguenci. Al llegar a Cebras rock íbamos ya bastante mojados y las prendas impermeables comenzaban a hacer aguas por algunos sitios, los pies iban ya calados aunque aún calientes por que no habíamos dejado de andar. En estas paredes decidimos refugiarnos un poco a la espera de que nuestra suerte cambiase pero a los pocos minutos, viendo que la lluvia no cesaba y el frío nos estaba invadiendo, decidimos continuar camino hasta la base del Maguenci o al menos intentarlo; la subida era muy lenta, habíamos pasado los 4.000 mts y la altura  y el desánimo por el mal tiempo nos hacían andar despacio y callados, separados unos de otros algunos metros.  Poco a poco la lluvia fue dando paso al granizo que aunque se clavaba en nuestras caras, al menos calaba menos que el agua, en el suelo se iban formando manchas blancas que terminaron por cubrirlo todo antes de  llegar al pequeño y maltrecho refugio que hay bajo el escarpado y majestuoso pico.  FOTO

En este lugar descansamos un rato, lo justo para no enfriarnos y comprobar que , a pesar de la altura, casi la misma del próximo campamento, Kibo, una vez parados no nos sentíamos mal a causa de la altura. De vuelta el camino fue más ameno y cerca de Horombo, el agua ya discurría por los caminos formando un barrizal que los hacia impracticables.

Una vez en el refugio nos cambiamos de ropa, comimos algo (arroz cocido con pollo acartonado y palomitas con galletas ¿?) y tras la comida- merienda nos fuimos al refugio donde dormíamos. Los refugios estaban en unas condiciones muy precarias, no tenían nada donde se pudiese secar la ropa, no disponían de estufas, ni chimeneas ni nada donde se pudiese encender fuego. No había luz y estaba atardeciendo la única opción era escurrir muy bien la ropa mojada, que se había quedado helada, ponérsela de nuevo y meterse en el saco con ella para intentar secarla sobre el cuerpo lo que se pudiese. Alfonso era el que estaba más húmedo aunque hay que reconocerle que también es el que mejor aguanta el frío.

Una vez en el saco comenzamos a avaluar la situación en la que nos encontrábamos, a saber: teníamos más de la mitad de la ropa mojada, apenas si podía secarse  el pequeño refugio estaba con todos los chaquetones colgados de los bastones y tendederos improvisados que no dejaban de gotear y con un charco en el suelo, la humedad debía de ser del 400% y no dejaba de llover. Las botas estaban empapadas, sólo teníamos las 150 hojas que llevaba leídas de un libro para poder meterles papel que fuese empapando algo y  aún nos quedaba un día para la subida al campamento de Kibo a 4700 mts con lo que supone de más frío y otro día para el ataque a la cima de noche hasta los 5900.

Si el sol salía, durante la caminata del día siguiente, poco a poco iríamos secando todo pero si seguía lloviendo la situación no haría más que agravarse, y no se veían claros por ningún sitio, no hacíamos nada más que darle vueltas a que aún no era la estación de la lluvias, que aquello debía de ser pasajero pero la posibilidad de tener que renunciar a la subida después de haber traspuesto tan lejos estaba muy presente y era algo que nos causaba un profundo y silencioso desánimo. No obstante antes de hablarlos los cuatro sabíamos que lo íbamos a intentar, a las malas siempre podríamos dar la vuelta y salir echando hostias, es cierto que  a esas alturas no teníamos experiencia, pero estábamos fuertes y andábamos deprisa, Nico y Alfonso Habían hecho en abril los 101 Km. de la legión en 16 horas y Paco y yo no nos quedábamos atrás, habíamos subido al aneto con tormenta, llegamos al Almanzor con más nieve y más mojados de lo que estábamos ahora, habíamos pasado sed en las noches de sierra nevada por que el agua se congelaba en las cantimploras dentro de nuestra tienda, hicimos el Tourcal en  un solo día, subida y bajada… en definitiva, si alguien del campamento podía  seguir éramos nosotros, … había que intentarlo. Una vez anochecido nos levantamos para cenar algo, echamos una cartas en el comedor para hacer algo de hora y sobre las nueve estábamos otra vez en el saco, los demás a las seis de la tarde empezaban a desfilar camino de sus sacos, pero a nosotros, acostarnos a esas horas no dejaba de parecernos inmoral, por lo que habitualmente abandonábamos, los últimos con diferencia, el comedor.

Al día siguiente al despertar, antes de abrir los ojos pusimos el oído a ver si se escuchaban las gotas de agua sobre la chapa del tejado, pero el ruido del río que bajaba crecido y con fuerza cerca del campamento de dejaba oír nada. Al levantarnos  vimos que se apreciaban algunos claros en el cielo aunque seguía lloviendo, nos vestimos, nos calzamos los calcetines mojados, los secos los guardamos para la última subida y las botas mojadas y frías y nos dispusimos a seguir nuestro camino bajo la lluvia con la esperanza de que el tiempo nos diese una oportunidad.

En realidad hoy era el día, en este mismo día tras llegar a Kibo, los planes eran descansar por la tarde y a media noche iniciar la subida final a la cima del kili.

La salida fue muy fría, la niebla lo cubría todo y una fina lluvia iba calando nuestros ánimos a la par que nuestras ya mojadas piernas y botas, aunque el poco equipo que nos quedaba seco seguía a salvo dentro de la mochila. La noticia del día era bastante descorazonante, dos porteadores habían muerto esa noche victimas del frío, al igual que nos había pasado a nosotros,  sus ropas se habían mojado durante el día, pero ellos iban peor equipados y sobre todo por la noche mientras nosotros habíamos podido secar un poco las ropas al abrigo de nuestros buenos sacos y sólidos refugios, ellos la habían pasado en una tienda d campaña que hacia aguas por todas partes por lo que al amanecer, las temperaturas por encima de los 3700 mts, siempre por debajo de cero, no le dieron muchas oportunidades.

Una trágica noticia que nos hacia indignarnos contra el gobierno ya que, como he comentado, este cobra a muy alto precio la entrada al parque pero esto para nada repercute en las condiciones de alojamiento nuestras y menos aún de sus propios trabajadores que emprendían la ascensión con equipos normalmente viejos y deteriorados, de los que los visitantes nos vamos desprendiendo en forma de obsequios de material que ha perdido parte de sus prestaciones. Todo esto nos recordaba de los peligros que encierra la ascensión a una montaña, incluso a una fácil como esta considerada esta.

Poco a poco, conforme fue avanzando la mañana, la altura que íbamos ganando nos fue sacando de la niebla, que iba quedando atrás como parte de esa etapa.

A 4500m comenzó a darnos el sol y lo recibimos con tanta satisfacción que ni caímos en la cuenta de ponernos protección solar, a fin de cuentas hacia fresco y sus rayos nos daban suaves y agradables. Mas tarde  pagaríamos este despiste.

El paisaje en esta zona era impresionante, auténticamente era, tal y como nos habían comentado, los campos de Moldor. El paisaje era oscuro, casi negro y las rocas volcánicas porosas se amontonaban unas sobre otras dando de la impresión de que en cualquier momento todo podría comenzar a moverse e impresionantes hordas de Orcos avanzarían sobre nosotros. No había restos de vida vegetal por ningún lado y tan sólo unos pájaros parecidos a los cuervos pero más grandes nos acompañaban cuando parábamos a comer algo y se lanzaban a por los restos que intencionadamente les dejábamos.

Al frente el Kili, majestuoso, se veía mas claro y mejor que nunca, a la derecha íbamos dejando atrás el Maguenci, escarpado y desafiante con unas crestas y unos farallones que , en cierta forma, recordaban  Gredos.

Poco antes del medio día estábamos en el refugio de Kibo, un refugio de piedra con varias habitaciones de seis literas dobles, rodeado de tiendas de campaña y algunos barracones de chapa. El olor de todo el entorno era muy característico, más fuerte que en los demás refugios y la precariedad de las letrinas claramente superaba a las de los anteriores refugios.

El almuerzo más o menos lo habíamos hecho por el camino y la cena estaba prevista para las cinco de la tarde así que dedicamos un tiempo a dar un vuelta por la zona y sobre todo a reírnos un rato; los ánimos estaban muy altos ya que el día estaba muy claro y la ropa y el calzado estaba prácticamente seco, todo hacia presagiar que el buen tiempo nos acompañaría esa noche.

A las cinco estábamos cenando la especialidad del chef: palomitas con galletas y una sopa y a las 17.30 estábamos ya en la cama, a plena luz del día, sin nada que se pareciese al sueño, en una habitación que olía fatal y en la que algunos se atrevían a cenar, haciendo una mezcla de olores cuando menos extraña, a estas alturas el que menos llevaba 4 días sin ducharse y los calcetines y botas húmedas del sudor y la lluvia despedía una fragancia que no pasaba inadvertida.

Una vez en el catre intente alejar de mi cualquier idea que me separase del sueño, todos estábamos un poco nerviosos, especialmente Alfonso que se quejaba de problemas con la respiración, a 4800 mts de altura se nota la falta de oxigeno y esto dificulta también el sueño. Me mantuve con los ojos cerrados durante cuatro horas, intentaba no pensar en nada, dejar que el sueño fluyese pero eran muchos recuerdos  recientes los que había dejado atrás.

En las frías noches de los refugios

rescato tu recuerdo en mi mente

para volver a la suavidad de tu pecho

y a la calidez de tu piel.

 

La gente no dejaba de entrar y salir y alrededor de las 10 de la noche ya había desistido de dormir, creo que no llegue a echar ni una cabezadita y no fui el único. A las 11.00 comenzaron las primeras expediciones a levantarse y preparar las cosas, las cremalleras y demás ruidos terminaron de despabilar a los que aún dormitaban y estuvimos aún una hora en los sacos metidos, charlando y viendo a los compañeros que iban partiendo para la cima.

A las doce comenzamos a levantarnos nosotros, hacia un frío acojonante y me dispuse a ponerme todo lo que llevaba, a saber, tres camisetas de manga larga, una de manga corta, el forro polar y la chaqueta de gore, en las piernas una maya de invierno, unos pantalones de montaña y unos de goretex que le había alquilado a un porteador, en la cabeza me puse una camiseta de algodón a modo de pasamontañas, el gorro de la chaqueta y también llevaba guantes y dos pares de calcetines. Prepare el frontal, la cámara de video y me dispuse a salir a la calle donde estaban ya la mayoría de mis compañeros, al grupo se había unido desde hacia dos días Miguel, alias  Ken, un catalán  majete.

La sorpresa al salir a la calle fue tremenda, ¡Dios!  Que cielo, no hay palabras, supongo que la altura, la poca contaminación y la ausencia de luz artificial se combinaban para que se pudiese apreciar un cielo como no he visto en mi vida. Había tantas estrellas y tan brillantes que no se puede decir que fuese negro, más bien parecía un techo alto con miles de pequeñas bombillas, daba la impresión de que estaba muy cercano, el manto de estrellas quedaba recortado por la silueta negra e imponente del Kili.

Comenzamos a andar y los guías insistieron en el secreto de la subida pole pole poco a poco, caminábamos en cuestas muy empinadas unos tras otros muy cerca y con pasos muy cortos, delante un guía,  Estivi, en medio el guía de Miguel y al final el nuestro Estuar, también nos acompañaba Ezequiel. La gente caminaba en silencio con los frontales encendidos mirando los pies del que le precedía  y así íbamos haciendo las miles de curvas que componían ese zigzagueante camino que ascendía por una pared de gravilla y rocas sueltas, encima de nosotros, casi en la vertical se veían luces alineadas de las expediciones que nos precedían. Yo aún a riesgo de ponerme pesado  insistía en que mirasen el cielo, no había dejado de mirarlo desde que salimos, caminaba apoyando mi mano en la espalda de Miguel de manera que me guiase sin tener que mirar el suelo y así poder andar sin perder de vista aquel espectáculo que continuamente me iba obsequiando con estrellas fugaces. La visión de aquella noche me transportaba a otras noches bajo ese mismo cielo, noches bajo el cielo del caribe, de Jaén, de sierra Nevada,  cielos bajo los que estaban mis seres queridos y tantos y tantos otros que nunca conoceré, supongo que la inmensidad del universo irremediablemente nos hace considerar lo relativo y fugaz que es todo.

El camino poco a poco iba cediendo, nuestro paso era alegre y a veces acompañábamos los cánticos de los guías, las expediciones que nos precedían fueron cayendo a nuestro paso más rápido y el pole pole a veces caía en el olvido victima de nuestro entusiasmo. A mitad de camino, Paco, el más prudente de nosotros decidió llevar un ritmo más lento de manera que Estuar se quedó atrás con él. Unos metros más arriba empecé a observar que Miguel  tropezaba mucho y cada vez iba menos derecho, caminaba igual que si fuese borracho hasta el punto que lo paré para ver que le pasaba y con lengua estropajosa me dijo que “ no zabhia lo que le pazaba pero ce centhia un poquito margehado y no podía ni habladlr”,   la impresión era exactamente igual que si llevase unos cubatas de más, sólo le faltaban unos pajarillos dándole vueltas por encima de la cabeza.

Poco después la empinada cuesta pasaba por algunas zonas en las que se hacia más patente el mareo de Miguel ya que había que trepar algo. Las luces de Paco y Estuar se veían a lo lejos  debajo de nosotros pero manteniendo bien la distancia.

Al rato,  estábamos en Gillmar Point, la alegría era tremenda y la precaución también, aquí la subida se hacia mucho más suave pero era donde le solían aparecer los efectos de la altura a casi todos los que habían padecido algún mal. En este punto nos echamos fotos, descansamos un poco y antes de enfriarnos mucho continuamos nuestra ascensión, estábamos bordeando el cráter del volcán hacia su lado más alto que coincidía con el pico del kili

Al caminar por el borde  del cráter a la derecha teníamos un precipicio, que si bien no era del todo vertical tenia una altura considerable y Miguel cada vez llevaba peor el equilibrio, lo que me hacia llevarlo cogido de la chaqueta ya que su guía iba delante y no se percataba de los continuos tropiezos y vaivenes de su cliente. Pronto hicimos otra parada en la que Miguel se sentó tiritando de frío y muy mareado, con un color pálido verduzco que nos hacia plantearnos sobre la conveniencia o no de que continuase pero él se mostraba dispuesto y a fin de cuentas su guía se supone que tenia experiencia en llevar gente a aquella cima y aquellas situaciones le serian más que familiares.

En este descanso Paco nos alcanzó  y me di cuenta de que estábamos perdiendo mucho tiempo, el guía me confirmó que aún quedaba una hora para la cima  y el  horizonte cada vez se veía más claro de manera que le propuse a Nico tirar para  arriba lo más rápido posible de manera que intentásemos llegar a la cima a tiempo para grabar el amanecer y así lo hicimos, Estivi se vino tras nosotros y a pesar de ser un hombre joven y acostumbrado a estas alturas creo que le costó seguirnos, recuerdo momento en que íbamos casi al trote entre los glaciares y mirando al horizonte esperando ver salir el sol de un momento a otro. Al final llegamos a la cima diez minutos antes del amanecer y la  alegría no nos dejo contener las lágrimas, llevábamos dos o tres años hablando de subir el kilimanjaro, la montaña más alta de África y durante el camino no siempre habíamos visto claro el final pero allí estábamos, en la cumbre, impresionante, con un mar de nubes rodeando la cima, solo asomaba cercano el pico del Meru y el Maguenci y al fondo los primeros rayos del sol que nos había esperado y ahora salía a saludarnos, tras abrazos y saludos, sacamos las cámaras y gravamos lo que estábamos viendo, además de los picos y las nubes, unos bloques de hielo azulado que formaban las partes de los glaciares y  abajo el cráter cubierto de una nieve blanca que reflejaba el rojo del amanecer, todo el esfuerzo había merecido la pena y esperábamos ansiosos a que llegaran nuestros compañeros para compartir con ellos aquel momento de gloria. 

En pocos minutos estábamos reunidos haciendo la obligada foto de grupo en el cartel de la cima y sin entretenernos mucho, iniciamos el descenso.

 

 CRISTOBAL VILLANUEVA


 
 
   
 
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